Estamos en un momento donde las redes sociales impregnan los sentidos y la atención con mucha información.
Desde miles de fotos, vídeos, consejos, reflexiones, comida, ejercicio físico, retos, egos, etc. Todos formamos parte de una comunidad que no tiene principio ni fin. Y como siempre comparto, es un arma de doble filo.
Por una parte puede ser de utilidad a la hora de expresar tu voz y compartir tu pensar. Esto nos hace libres o eso creemos en realidad.
Por otra parte, esta imagen que proyectamos o queremos transmitir de absoluta felicidad puede no ser de utilidad.
Me explico… Va de apariencia VS utilidad. Y enfocado, por ejemplo, a los adolescentes. Esta etapa donde la imagen es su templo. Donde la aceptación no es plato de su condición y la comparación su más preciada arma de destrucción.
El respeto y la valoración hacia uno mismo deberían ser las lentes con las que ver. Transmitir que cada uno es lo que es por seguir su propio camino y que nadie puede ser mejor o peor que nadie. Más bien, cada uno tiene una única diversidad y a la vez algo que nos une los unos a los otros.
El peligro está cuando vemos esa felicidad enlatada y esos cuerpos de ensalada con otras lentes menos graduadas. Y es que cuando olvidamos lo que somos y encima proyectamos fuera lo que queremos, nos perdemos.
Por lo tanto, encontrarse es verse sin compararse. Es ser uno mismo desde la más profunda aceptación. Y sobretodo, desde el amor propio de que nadie puede ser tú mejor que tú.