Nuestra condición humana parte de una universalidad innegable y una diversidad inevitable.
Por una parte todos tenemos en común una misma naturaleza. Y a la vez, un montón de características que nos diferencian. En esto último está la riqueza y la oportunidad.
Esta condición humana abraza culturas, razas, religiones, ideologías, orientaciones sexuales, condiciones físicas, etc. Nada puede quedar fuera en este pluralismo, pero tampoco se puede quedar dentro y normalizar un radicalismo que maltrate los derechos fundamentales.
El respeto y el cuidado de la diversidad es esencial, por no decir vital. Nadie debe imponer su forma de ser y de pensar a nadie y menos en forma de violencia.
Pero todo y saber cual es nuestra naturaleza y riqueza, siguen existiendo las guerras con este complejo de superioridad hacia cada diversidad.
Un complejo que empieza en uno mismo al comparar y señalar lo otro. En hacer especial lo mío sin ver más allá. Y temor a todo aquello que pueda cambiar mi forma de pensar está mal. Entonces descubres que es miedo. El miedo a lo diferente, el miedo a lo que nos une.
Esto no nos puede guiar, el miedo no puede ser nuestro motor. Debemos permitir liberar este miedo y mirar con otros ojos el mundo.
Como expresó Mohsin Hamid: “Hubo un momento en que todo era posible. Y habrá un momento en que nada será posible. Pero, en medio, podemos crear.”